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Carta de un doctor para iniciar el 2021

Mientras escribo estas líneas un amigo, también médico, permanece conectado a un respirador artificial. Su estado es grave, pero me avisan que saldrá adelante. No puedo dejar de emocionarme. Como nunca en el inicio de un nuevo año la pena y la alegría compiten en intensidad.

¿Qué sentimiento debería transmitir entonces a los pacientes ahora que dejamos atrás el 2020?

Creo que la mejor respuesta es la esperanza. Se trata de una palabra que cualquier persona con un diagnóstico conmovedor ha debido interpretar de mil formas para llegar a una conclusión similar: lo importante es poder imaginar un mañana donde la humanidad continuará con el ciclo de la vida, aquí, en la Tierra.

Tengo también motivos para estar optimista. Junto con la leve mejoría de mi colega, ya está en marcha una campaña de vacunación contra el Covid-19. Y aunque los casos van en aumento, si miramos las cifras, vemos que las vidas salvadas son siempre superiores a las pérdidas, aunque una sola persona fallecida es motivo de dolor.

Claro que toda esta esperanza viene acompañada de una gran lección. Me refiero a que la pandemia nos recordó nuestra fragilidad como seres humanos.

Hasta cierto punto, habíamos olvidado que somos seres fugaces y quebradizos. De hecho, no hace mucho leía y escuchaba que el libro de moda era “De Animales a Dioses”, donde parecemos a un paso de superar nuestra condición de criaturas mortales. Otro título del mismo autor apuesta en el mediano plazo por una especie de inmortalidad.

Muchos de nosotros aceptamos con entusiasmo este tipo de predicciones. Un futuro a la vuelta de la esquina donde las infecciones y las patologías como el cáncer son erradicadas. La atención, en cambio, recae en magnates empeñados en colonizar Marte en el supuesto de que la Tierra es demasiado pequeña para nuestras ambiciones.

¡Vaya aterrizaje forzoso al que nos obligó la pandemia! Vino a recordarnos que seguimos tan expuestos como nuestros antepasados a los designios de la naturaleza, al punto que un trozo de material genético (eso es el virus SARS-CoV-2 que causa la enfermedad), tiene al mundo entero contra las cuerdas.

Pero el sentimiento con el que parte este 2021 es -repito- de esperanza. Somos vulnerables, es cierto, aunque eso no significa que nos rindamos a la primera y ahí tenemos la vocación y entrega mostrada en nuestro país por el cuerpo médico, enfermeros, TENS, auxiliares y personal de aseo; el empeño de los científicos por sacar adelante una vacuna en un tiempo récord; el compromiso de las autoridades enfrentadas a una situación inédita, y la solidaridad de la mayoría de nuestros compatriotas.

En medio de este momento histórico, los pacientes con cáncer nos inspiran porque conocen de primera mano la fragilidad de la vida. Están curtidos en disciplina y humildad, y saben que cualquier biografía está construida de pequeños momentos, como es sentir el sol sobre sus cabezas o la compañía de quienes aman.

Sólo me gustaría aprovechar este espacio para llamarlos a no descuidar ni la prevención ni tampoco sus tratamientos, a pesar de las circunstancias a veces tan difíciles.

En un reciente seminario virtual titulado “Cáncer: secuelas de la pandemia que no pueden esperar”, nos enteramos de una cifra alarmante: las prestaciones oncológicas cayeron entre un 70% y un 90%. Son estadísticas que confirmo en mi práctica clínica, donde las personas están llegando con ocho o 10 meses de retraso.

Quienes trabajamos en el área, hoy somos testigos de un número significativamente mayor de tumores más avanzados debido, en primer lugar, al miedo a visitar un hospital o una consulta médica. Esto es algo que debemos combatir ya que el diagnóstico oportuno es fundamental y, además, los centros de salud en Chile han tomado todas las medidas para minimizar el riesgo de contagio.

Tengamos paciencia y seamos responsables con la salud propia y la de nuestros seres queridos.

Ya llegará el tiempo de retomar nuestros proyectos para que las futuras generaciones sientan orgullo de cómo sus antepasados enfrentaron la pandemia del 2020. Ese será el momento en que nos convertiremos -de una forma más modesta- en inmortales.